lunes, 3 de marzo de 2014

PHILOMENA




Por: Pilar Alberdi

Philomena, una gran película. Creo que la anterior frase bien podría resumir mi sentimiento. No se podía esperar menos de Sthepen Frears, director —entre otras películas— de La reina (2006).
Un ritmo ágil, acertados giros y carácteres muy bien trabajados que nos revelan constantemente la presencia de dos personalidades unidas por el azar de las circunstancias; ella en busca de su hijo y él de una nueva oportunidad tras quedarse sin empleo. Hay que sumar, además, que ella es católica y él, ateo.
El guión destaca por su naturalidad, por las dudas que se plantean los protagonistas, por esa difícil frontera en que se unen a través del diálogo. Philomena (Judi Dench) duda sobre qué debe hacer y cómo hacerlo, cuál es la mejor manera; y el periodista Sixsmith (Steve Coogan), que no está seguro de si debe colaborar en esta historia, finalmente se implica con el sentimiento de que acaba de vender su alma al diablo o, mejor dicho, a las revistas del corazón y a todo ese falso glamour, el de los best-sellers, las entrevistas en la televisión, que quieren historias fáciles de contar, populares, y con las que la mayoría de lass personas puedan identificarse.
Basada en hechos reales, la historia trata sobre la dación de niños nacidos en instituciones pertenecientes a la Iglesia católica de Irlanda, y su adopción por familias, en general, norteamericanas. Una realidad y una búsqueda que aún persiste para los padres de unos 50.000 niños. Muchos de ellos, como la protagonista real de esta historia, jamás dejaron de buscar el reencuentro. Esta es la razón por la que padecemos con Philomena, sentimos con ella, viajamos, nos emocionamos y por supuesto lagrimeamos, sí, con esa enorme contención con la que Philomena se enfrenta a su pasado.
Me ha parecido importante el tema de la fe (en una creencia religiosa), el modo en que se lo plantea esta mujer, cuando ha sido desde la propia comunidad católica en la que ella confiaba, donde le arrebataron a su pequeño. Hay interesantes preguntas que aspiran a abrirse a la luz y en gran medida lo consiguen. Por ejemplo ¿por qué algunos se dicen «buenos» después de haber sido capaces de provocar tanto sufrimiento? ¿Cómo es posible que a día de hoy encuentren justificación para sus actos? ¿En qué medida todavía es tiempo de que la justicia intervenga? ¿Qué clase de reparación se podría dar en estos casos? ¿Cómo se supera esta clase de dolor?
Mientras escribo estas líneas me pregunto: ¿por qué una película con esta calidad se me va a quedar reflejada en unos pocos párrafos? ¿Acaso porque lo grande solo puede ser contenido en lo pequeño? Pienso que sí. Que así como un árbol sale de una semilla, querer explicar a este, nos conduce a aquella.
¿Qué podemos aprender de esta historia? En todas las películas hay algo nuestro, unas palabras, un gesto, una actitud que vimos en alguien o que percibimos en nosotros, una mirada, algún hecho concreto que nos impactó. Del mismo modo que Philomena y Sixsmith, nosotros también hemos sido otros: en una caja, en un albúm que guardamos con cariño están nuestras fotos, esa colección de personas, de imagenes que nos conforman. Philomena fue la adolescente que sintió el amor por primera vez en los brazos de un muchacho alto y apuesto; fue también la joven que dio a luz a un pequeño al que adoraba. Sixsmith fue el periodista exitoso al que adversas circunstancias condujeron al paro y al desaliento, creándole dudas sobre su propia capacidad y su futuro y que, de repente, se encuentra con la historia de esta anciana que busca a un hijo de su misma edad.
Decía Epícteto hace ya casi dos mil años, que somos «elección». Lo somos, verdaderamente. No siempre de un modo totalmente consciente, pero eso somos; cada pequeña decisión nos conduce por un camino y no por otro; algo así como causa y efecto. También dijo este filósofo griego, que había tenido una vida difícil como esclavo, luego liberado: «La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad» y es lo que encontramos aquí: la complicidad de miembros de la Iglesia católica para ocultar la verdad.
Quizá porque hay un fuerte estoicismo, una aceptación por parte de Philomena de la vida tal y como viene dada, que resulta imposible no hacer una crítica de la película en el mismo tono, es decir: analítica y reflexiva, pero a la vez contenida, como si el personaje real al que da vida Judi Dench exigiese que fuese de ese modo.
Philomena es una historia dramática y como tal reclama nuestra atención. Es un drama austero, propio de unos caracteres muy concretos, que con otro tipo de personalidades, sin duda, habría sido muy diferente.
Cincuenta mil niños fueron adoptados en Irlanda, en similares circunstancias, vidas destrozadas, personas separadas para siempre, sentimientos de culpa que no decrecieron con el paso de los años, preguntas sin respuestas, dudas, nuevas identidades y familias en las que muchos niños ni siquiera fueron felices, mientras sus madres y padres los buscaban infatigablemente. Pero, ¿qué se puede hacer cuando el silencio es la única respuesta? Mostrar la verdad, y esto es lo que se ha hecho.



1 comentario:

  1. Tienes esa maravillosa habilidad de meterme en el meollo de la vida, que lo único que puedo decirte es:gracias, y eso si darte un gran abrazo

    ResponderEliminar