martes, 21 de junio de 2011



Por: Pilar Alberdi.

Dirigida por Duncan Jones y con guión de Billy Ray y Ben Ripley, la película mantiene el interés del espectador hasta el último minuto, final que me parece demasiado arreglado para satisfacer al público. Y, luego explicaré por qué.
El actor Jake Gyllenhaad es el capitán Colter Stevens. Cuando le vemos por primera vez en pantalla, está en algo que parece una nave y vestido con ropa de combate. Nos damos cuenta, además, de que está en peligro, y desorientado. Cuando las comunicaciones con la base comienzan, una pequeña pantalla en el interior de la nave nos ofrece la imagen de una oficial del ejército, que representa la actriz Vera Farmiga. Ella se limita a pedir al capitán que reporte. Él, por su parte, intenta saber qué está sucediendo. Ella vuelve a insistir, y él a desesperar. Recuerda un estallido de fuego como el producido por una bomba... Y antes de que pueda comprender, se le explica que cumple una misión y que debe volver al mismo sitio.
De este modo vuelve una y otra vez al momento en que va a explotar una bomba en un tren en marcha. En el vagón que viaja, y que es aquel en que alguien ha colocado la bomba, se encuentra con personas que no conoce pero que le conocen a él como la actriz Michelle Monoghan, que al parecer era su novia. Una chica lista y guapa por la que él no sentirá nada hasta un tiempo después.
Como si se tratase de la película Atrapado en el tiempo, seguramente la recuerdan, la del “día del castor”, en esa sucesión interminable de días iguales, desesperantes y repetidos que comienzan invariablemente con el sonido del reloj despertador, o como si volviésemos a ver la película Dèjá Vu, el pobre oficial se encuentra una y otra vez en un tren en los minutos previos a la explosión.
A cada regreso y nuevo contacto con la oficial de comunicaciones, consigue algo más de información. Él sabe que regresa, eso es evidente, pero intuye que fatalmente algo no se le ha explicado. Le explican que está ocupando una fase de memoria de tan sólo 8 minutos post mortem. Y que su participación en el proyecto militar implica averiguar quién puso la bomba, porque se teme un acto terrorista aún peor y que podría afectar a una ciudad.
Ciertamente sentimos pena de este pobre oficial que siempre quiso ser un héroe. La relación con su padre no fue buena y él carga con ese peso. Por eso, mientras desempeña la tarea encomendada, una y otra vez, intenta ponerse en contacto con su padre.
Mientras se le exige que cumpla con su deber, la oficial le promete que será liberado con la muerte al acabar la misma. Es lo que ha pedido el soldado. Sin embargo, los altos mandos no piensan lo mismo.
Psicológicamente hay varios temas muy interesantes. Se cumple el refrán que dice: «El roce hace al cariño» y el capitán Colter acabará enamorado de esa chica que tenía un novio en ese tren, justo antes de que estallase la bomba.
El otro drama lo interpreta la oficial de comunicaciones. Los jefes piensan que hay que seguir utilizando al capitán, podría seguir siendo valioso para otros casos... La promesa cae en el olvido, el éxito brilla en los ojos del oficial a cargo, pero la mujer va hacia el lugar donde está lo que queda del cuerpo del capitán Colter Stevens muerto en combate y toma una decisión.
Aunque la película siga aún un rato más por otros caminos especulativos, todo el peso moral de la misma está ahí: ¿se debe cumplir con lo que se prometió? ¿Lo que queda de un hombre, salvo esos 8 minutos de memoria posteriores a su muerte es una persona humana? Entonces si lo es, tendrá derechos. ¿Los tiene? ¿Siguen siendo suyos o alguien los administra por él?
De este modo se relacionan temas como la «obediencia a los superiores dentro de una cadena de mando», la eutanasia o el derecho a una muerte digna, de la que, seguramente, en un futuro próximo también oiremos hablar mucho. La película también está relacionada con las guerras en oriente, y con la amenaza del terrorismo internacional. Pero, especialmente, tiene que ver con la decisión que en un momento dado debe o no, tomar una persona.

viernes, 10 de junio de 2011

PEQUEÑAS MENTIRAS SIN IMPORTANCIA



Por: Pilar Alberdi.

Con guión y dirección de Guillaume Canet, la película cuenta en el reparto con las actrices y actores: Francois Cluzet, Marion Cotillard, Benoît Magimel, Gilles Lellouche, Jean Dujard, Pascale Arbillot, Edouard Montoute, Valérie Bonneton, Laurent Lafitte, Anne Marivina, Louise Monot, Joes Dupuch, Hocine Merabet, Maxim Nucci, Mathieu Chedid, Nikita Lespinasse, Jeane Dupuch, Marc Maire, Neo Broca.

Como ven: un reparto coral. ¿Es comedia o drama? Como toda buena comedia, es un drama. Nos reímos de lo que nos causa una gran tensión, de aquello que desesperaría a cualquiera en caso de que estuviésemos en su lugar. Y ¿por qué nos reímos? ¿Es que somos tan malas personas? No. Nos reímos porque reír, es un reflejo que nos permite liberar la tensión acumulada. Y en ese sentido, la película está magníficamente lograda.

Aunque las generalizaciones nunca son justas... Podríamos decir que sólo con ver las imágenes de los rostros de los personajes uno ya sabe, que está ante una película europea o mediterránea. No se alarmen. Es sólo una opinión. Pero no podrán negarme que hay rostros del cine norteamericano totalmente inexpresivos, tipo máscara, y que si funcionan ante la cámara es por otras razones como, por ejemplo, un excelente guión, unos efectos especiales magistrales, y un largo, largo etcétera. Sabemos, además, que la teoría actoral dice que para la televisión y el cine se gesticula menos que para el teatro. De acuerdo. Pero lo que no se nos suele decir, es que todos vamos por la vida inexpresivamente. Y ¿por qué? Para que no se nos note demasiado lo que pensamos de nuestro jefe, de la compañera de trabajo, de nuestros parientes, o de la nueva parejita que alquiló el piso de arriba y nos despierta de madruga con salvajes gemidos susurrantes que nos desvelan... Evidentemente, la no gestualización nos salva de nuestros verdaderos pensamientos ante los demás. Por eso, cuando al día siguiente, nos encontramos con la parejita frente a la puerta del ascensor, somos capaces de saludarlos con una sonrisa.

El cine francés nos muestra un espectáculo grandioso como es el de: mostrar lo que la gente siente a través de los gestos de su rostro y de las palabras. Cualidades que se nos van perdiendo.Porque si no mostrar lo que uno siente gestualmente parece una buena estrategia de defensa o de neutralidad; no opinar, mucho más. Y así nos va. Luego no es extraño que, hace varias décadas, un interesante terapeuta como fue Vernon Howard, le preguntase a la gente: «¿Quién está viviendo su vida?» Oye, es verdad, piensa uno enseguida, ¿quién está viviendo mi vida?
Por cierto: ¿ya lo saben?

Pequeñas mentiras sin importancia es, sin duda, una película en la que todos los personajes, aún siendo muchos, son importantes. Pero veamos qué encontramos psicológicamente. Muchos temas, sin duda. El dueño del hotel compensa sus carencias en otros aspectos que no son el monetario, invitando de vacaciones y con todos los gastos pagados a sus amigos, todos ellos con menores recursos. Realmente es un nuevo rico, aislado y solitario, que teme la emotividad y sospecha de cualquier tema que pueda poner en duda su masculinidad, su trabajo o su familia. Freud opinaría que estos temas le vienen de la infancia... Como el maestro es él... Sobre este tema sólo apuntaré lo que vi en un cartel el otro día, cuando después de pasar un rato en la terraza de una cafetería, entré a los servicios. Dentro, el mensaje con la intención de mantenerlos limpios, mostraba un inodoro, y decía en la parte dedicada a los hombres:«Acérquense, es más corta de lo que piensan». La parte dedicada a las mujeres tenía el papel adhesivo rasgado. Y no soy capaz de imaginar lo que diría.

Otro tema importante en esta historia es lo que podemos observar en la conducta que muestran las y los jóvenes solteros de casi 40 años.
Comportarse como un adolescente que recién se estrena en la vida y peinar canas no casan bien. Y es que no es lo mismo alguien de 20, que alguien de 30 o que una persona de 40, aunque intenten vivir de forma parecida. Verán, el de 20 piensa que tiene toda la vida por delante; el de treinta al llegar a esta edad, comienza a tomar conciencia de que los años pasan; y el de casi 40 hace balance, y siente que se abre un abismo a sus pies, y capta que, acaso, no consiga lo que se había propuesto, si es que se había propuesto algo.
En muchos aspectos la película resulta un verdadero retrato de lo que sucede en nuestra sociedad: inestabilidad amorosa, deseo, temor al compromiso. Y vuelta a empezar.

Otra cuestión relevante, pero de la que no quiero ofrecerles demasiados detalles, es cómo la responsabilidad se diluye en el grupo. Seguro que no faltarán próximas películas a partir de las cuales podamos analizar ese tema.

Me gustó la música, ajustada a las situaciones. Reírse, les puedo asegurar que se van a reír cantidad con esta película. También derramarán alguna lagrimilla. Es verdad. Y se alegrarán de que los créditos del final de la película se prolonguen y se prolonguen sobre la pantalla como para darles el tiempo justo, para recuperarse antes de levantarse del asiento.

Por último, si pueden, no salgan del cine sin pensar en aquello de lo que habla la película: aceptamos las mentiras de los otros, a cambio de que acepten las nuestras. ¿Así de simple? Así de simple.
Después encontrarán mil ejemplos, y una sola verdad: aunque podamos engañar a los demás, nunca podremos engañarnos a nosotros mismos.