sábado, 1 de febrero de 2014

Al encuentro de Mr. Banks

Por: Pilar Alberdi



«Viento del Este y niebla gris
Anuncia que viene,
lo que ha de venir...
no me imagino que irá a suceder
más lo que ahora pase
ya pasó otra vez...»



Ayer, noche de cine y, además, buenos momentos con el estreno de Al encuentro de Mr. Banks. El director John Lee Hancock. El guión de Kelly Marcel, en el reparto Emma Thompson, Tom Hanks, Colin Farrell, Jason Schwartzman, Paul Giamati, Kathy Baker, Rachel Gruiffth. Una película al estilo de las de antes, no sólo por las imágenes, eso es inevitable, que representan a una época y un modo de estar en la vida, sino porque el diálogo es el protagonista y no, por lo que cada cual diga, sino y esto es lo esencial en cualquier dialéctica que se precie, por la interpretación de esos mensajes, por el resultado que cada uno de los protagonistas obtiene, imagina, recrea, aprueba o censura. El diálogo como duda, problemática, como interpretación del otro, es decir como palabra viva, pero sobre todo como mensaje corporal. Cada gesto, cada mirada, cada arruga, todo lo que un rostro, un cuerpo pueden reflejar como resultado de sus pensamientos, lo tenemos a la vista.
El resumen es sencillo: Walt Disney se pasó, según podemos saber, casi 20 años intentando conseguir los derechos para hacer la película del libro de P. L. Travers; Mary Poppins. El nombre de la escritora era un seudónimo, que con sus iniciales, supuso uno de los recursos de muchas escritoras para entrar en el mundo editorial aparentando ser hombres. Un hombre despertaba como escritor menos dudas que una mujer. Es más, generalmente las autoras eran aconsejadas por las editoriales para que lo hicieran de este modo. Ejemplo que también siguió, la autora de Harry Potter. Es evidente que en un mundo machista y conservador como el de Inglaterra o el de la Commonwealth, ser mujer no era fácil.
En mi libro Escribir abarco unos cuanto temas que ahora no me extenderé en explicar pero en uno de ellos evocaba esa extraña creencia que tienen algunas personas de considerar que porque han visto una película, han leído un libro. La mayoría de las veces no sucede así, y ponía, casualmente, como uno de los ejemplos principales el libro y la película de Mary Poppins.
Personalmente y como escritora comprendo el temor de la autora a que destrozaran su obra o hicieran con ella otra, esto suele apreciarse tan a menudo que verdaderamente parece un sacrilegio. Adaptaciones las llaman cuando, a veces, difieren tanto del original, especialmente en el «sentido», que es alarmante. Igual pasa con las obras de teatro con las que los directores se sienten libres de interpretarlas a su manera con el pretexto de que es así como la entienden o de que es la única manera de acomodar el texto al presente. Desde luego, unas veces consiguen, pese a todo, mantenerse fieles al texto.
No es este el caso de Mary Poppins, por eso puedo comprender, primero las dudas de la autora para ceder sus derechos y luego su disgusto cuando, por ejemplo, se intercalaron dibujos animados, además con unos personajes que en modo alguno estaban en la obra como son unos pingüinos. Y esto sin señalar otros cambios que podríamos considerar más graves, por ejemplo, el papel otorgado al cerillero, que en el libro es insignificante.
La película viene a contarnos que pasó durante los días en que se negociaba la compra de los derechos del libro, los mismas semanas en los que la autora colaboró criticando constantemente el guión aún antes de firmar esa venta. En la película tenemos un final que parece que no fue del todo de ese modo, pero soy consciente de que Disney quería esa obra, según él porque les había prometido a sus hijas que algún día la haría en película, «y las promesas están para cumplirlas», se justifica él, pero también comprendo que el mundo de Disney, el concepto que él tenía de cómo llegar al público, de cómo ofrecer una historia, no podía ser fiel a la obra de Helen Lindon Goff, que es el nombre verdadero de la autora de Mary Poppins. De hecho, ninguna de las canciones que aparecen en el cine están en la obra.
Eramos bastantes personas en la sala y hubo sonoras risas al principio. Después no. No soy consciente de si otros se reían en voz baja como yo lo hice tantas veces, y también fueron muchas las que se me saltaron las lágrimas y no es que mis ojos sean un par de cataratas, no. Pero la película logró tocarme por dentro.
Verán, la gente, es decir, todos nosotros, por lo general creemos que sabemos de qué va una historia, esa que tenemos delante, la de ese libro concreto escrito por una persona concreta, pero no es así. Si hablamos de un libro-producto como ciertas novelas de inspectores de policía, y lo digo sólo por poner un ejemplo, también podría nombrar otras de vampiros o algunas de las que están saliendo actualmente, de tipo sadomasoquista, totalmente antifeministas y con un retroceso de décadas sobre la inteligente y lúcida mirada de brillantes mujeres y escritoras, quizá estemos cerca de saberlo. Reconocemos que responden principalmente a estereotipos que, básicamente y esto parece ser lo fundamental, han demostrado que se pueden vender bien y, lógicamente, esto es lo que interesa a las editoriales. Al menos, a una gran mayoría de ellas. Pero si hablamos de obras especiales, únicas pese a mantenerse dentro de un contexto literario que reconocemos por herencia y tradición, no. Un texto, como decía el filósofo Paul Ricouer y como se vislumbra en el trasfondo de esta película, es una especie de pentagrama musical que cabe a otros interpretar. Cuando la autora escribió su obra estaba intentando salvar, ordenar restos de su pasado. Ella mejor que nadie lo sabía. Lo que ve cada lector es otra cosa. La autora sabe, además, todo lo que falta por contar, lo lejos que está esa plasmación literaria de la verdad más verdadera que, probablemente, ha ocultado, sublimado, y sin embargo sabe que igual algo muy importante de su pasado y de su forma de estar y ser en el mundo están ahí. Disney se enfrentó a la obra desde su propio historia, y así nos encontramos con la parte psicológica que queda claramente explicada a través de la comprensión del productor de cine de su propio pasado.
He leído muchas tonterías estos días, eso no quiere decir que yo no las escriba también de vez en cuando, pero tener que leer que la autora ha querido crear un mito en esa obra o que no era una burguesa de esas que se dedicaba a escribir libros para niños porque no trabajaba en otra cosa, me parecen dos de las más grandes sandeces que he tenido que soportar.
La autora, con los hilos rotos de la madeja que fue su vida, intenta salvar unos sentimientos y momentos que le pertenecieron, y para quienes no lo saben me gustaría repetir aquellas palabras de Gorki que venían a decir, las estoy rememorando, aunque las he citado textualmente en más de una ocasión que escribir para niños y hacer algo digno, es decir no un producto, es escribir el doble de bien. Y también he repetido en más de una ocasión una frase de Hans Christian Andersen que dice que cuando uno escribe para niños y es lo que él hacia tan bien en una época en que esa idea de «escribir para niños» no existía, simplemente hay que contar una historia para adultos pero de un modo en que la puedan entender los niños. Yo sí creo en esa literatura infantil, y por supuesto la he visto en la obra de la autora de Mary Poppins cuando la he leído.
Ahora quisiera explicar desde la antropología, y me perdonarán que esta vez me extienda tanto, qué es una heteretopía. Bien es una especie de mundo al que ingresamos y que está dentro del nuestro. Puede ser tan real como una cárcel, un manicomio, un hospital, una residencia para ancianos, un orfanato, un campo de concentración, en fin, lugares en donde imperan normas concretas, autoritarias la mayoría de las veces y que están en los casos más graves fuera de lo que entendemos como una vida normal, pero también son una heterotopia esas historias de libros y películas, ese lugar al que vamos a pasar nuestras agradables vacaciones, otros espacios especiales como subir a un ascensor o lúdicos que pueden ser desde ir una bolera a lugares como Disneylandia o como algunos restaurantes, cadenas de comida rápida norteamericana en los que como indica Conrad Kottak en su obra Antropología Cultural: espejo de la humanidad nos encontramos en espacios en los que se repiten ciertos modos repetitivos de saludar, actuar y que, salvo la distancia que implica esta comparación, se acercan a ciertos ritos religiosos que implican nociones de comunidad, peregrinación, etc., y que abocados como parece que estamos a esta globalidad económica, hacen que esos sitios cuando están ubicados en otros países sean un lugar al que se accede inconscientemente con la intención de sentirse como en «casa».
Me parece meritorio que Disney haya dado a los cuentos clásicos que antes se leían en voz alta y en familia esa visibilidad cinematográfica como lenguaje de una modernidad a la que no podemos sustraernos. Y me parece fantástico que haya tanta gente dedicada a la creación. Sin fantasía, tantas veces es difícil tolerar la realidad. Esta realidad, además acomodaticia, ajena a aquel «decir la verdad siempre» que tanto quería Kant, pero ¿quién se atreve a decir la verdad? ¿Quién podría decirla todo el tiempo? ¿Cómo y cuando nuestra verdad podría ser aceptada por otros como una verdad común? Quizá solo algunas personas pueden hacerlo, fue el caso de Helen Lindon Gogg, la autora de Mary Poppins. No será casualidad que en el libro se diga del personaje: «siempre a su aire y sin mezclarse con nadie». Una película que nos devuelve a otro mundo, el de la «individualidad», algo tan difícil de reconocer hoy en día, en que la mayoría nos comportamos y decimos casi las mismas cosas porque eso es lo que se espera de nosotros, porque la cultura, la nuestra, de algún modo lo espera así de todos nosotros, que seamos lo más iguales posible, al menos, por fuera.

4 comentarios:

  1. No he visto la película, pero luego de leer tu profundo e interesante análisis, me animo a hacerlo. Gracias por compartir tu mirada sobre la misma. Un abrazo.

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  2. Gracias a ti, María Gabriela por sumar tu comentario.
    Un abrazo.

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  3. Suelo entrar poco en los muros de google, razones de trabajo. Me encanta entrar, leer, y sorprenderme. Gracias.

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  4. Un saludo, Rubén.
    Y, gracias por dejar tu comentario.

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